Hace algunos días, el sociólogo chileno, Rodrigo Larraín, se preguntó en su columna: ¿a qué viene el Papa a nuestro país?
Para entender su visita a Chile, no hacen falta estadísticas, encuestas, argumentos políticos o económicos, porque el Papa Francisco no viene a reformar el sistema de salud, de justicia o de educación. ¿A qué viene el Papa entonces? La respuesta es simple: viene a transmitirnos un mensaje de paz. Y los chilenos necesitamos paz. Para construir una sociedad más justa y más fraterna, antes, debemos transformar nuestro corazón. Si queremos que nuestro país alcance la paz, los chilenos debemos encontrar la paz de nuestro propio corazón.
Aunque no sólo viene a traer paz, sino que viene a armar lío, sobre todo, lío dentro de la juventud. Muchos chilenos aún recuerdan la revolución que supuso la venida del Papa Juan Pablo II para Chile. Treinta años después, el Papa Francisco viene a removernos nuevamente, a despertarnos y a sacarnos de nuestro conformismo. Estamos inmersos en una globalización de la indiferencia y vivimos en una cultura del descarte. Por eso, el Papa no viene a ver a los perfectos, los impecables, los exitosos, los poderosos, los autosuficientes… Viene a estar con los necesitados: con los enfermos, los pobres, los encarcelados y los hambrientos; con los oprimidos, los débiles y los abandonados; con los niños, los jóvenes y los ancianos… viene a estar con todos los chilenos que sufren.
De norte a sur, vemos cómo nuestro país está disgregado, pero la venida del Papa nos unirá con más fuerza en nuestra lucha contra la injusticia, la corrupción y la desesperanza. Francisco nos enseñará a comprender y a perdonar a todos; nos animará a reconocer el sufrimiento de los otros, a renunciar a los proyectos centrados en nosotros mismos, y a conmovernos ante las necesidades de los más frágiles. Francisco nos recordará que, más allá de todas nuestras diferencias, somos parte de algo más grande que nos une y nos trasciende.
A los jóvenes nos animará a no tener miedo; a no tener miedo de amar en serio. Viene a abrirnos unos horizontes increíbles. Nos impulsará a salir de nuestra comodidad, a tener ideales grandes, a ser audaces y generosos, y a ir contracorriente para construir un Chile mejor. Francisco sabe que su mensaje de paz y de esperanza arraiga más fácilmente en los jóvenes, porque nosotros no sabemos de rencores pasados. Nosotros tenemos el coraje y la ilusión de ser los protagonistas de la historia. Queremos vivir con intensidad, cambiar el mundo y hacerlo un lugar más amable y más bello.
¿A qué más viene el Papa? Viene a rezar por nosotros, por todos los chilenos. Y en esto consiste lo más radical de su venida: el Papa Francisco viene a entregarnos su amor a creyentes y no creyentes. Viene a volcar su cariño hasta el extremo de nuestras periferias; viene a mostrarnos el rostro de un Dios que es misericordia, que a todos acoge, a todos espera y a todos abraza.
Por eso, yo sí quiero que venga el Papa.
Gracias a su visita, el mundo verá cómo los chilenos también sabemos querer y sabemos dejarnos querer.
Yo sí quiero que venga, porque Chile está en el corazón del Papa, y quiero que el Papa esté en el corazón de Chile.
*Alejandro González-Degetau es alumno del Instituto de Filosofía de la Universidad de los Andes.