Se me olvidó que estaba a dieta. Quiero pensar que fue porque ya incorporé casi todos los hábitos saludables a mi rutina, lo que hace que esto ya no sea un proceso, sino mi nueva vida.
Me desaparecí como tres semanas, lo sé. Más que entrampada en montones de cosas de la vida personal y laboral, creo que me desaparecí porque dejé de pensar en mi pauta de alimentación (que ya hago sin esfuerzo) y la comunicación con mis compañeras de equipo ya es naturalmente a diario. Sólo he fallado en hacer todo el ejercicio que debiera, pero 2 de 3 hábitos ya incorporados no está mal, ¿no?
Es que ya casi terminan los cuatro meses del Programa Balance y las reuniones son cada vez menos frecuentes. Estamos precisamente en la etapa en la que los que aún tenemos kilos por bajar y hábitos por incorporar debemos tener las herramientas para seguir solos.
Estoy a punto de alcanzar la mitad de mi camino, mi primera pequeña meta: estoy a 700 gramos de perder los primeros 10 kilos en esta aventura de dejar de ser gorda. ¡Qué emoción! El programa dice que debiera recompensarme y llevo como un mes pensando en qué me gustaría hacer o tener para celebrar este primer logro, pero increíblemente después de todos estos meses lo único que puedo pensar es en un helado bañado en chocolate… plop! Me doy cuenta entonces que esto es un camino permanente, que siempre tengo que estar consciente de lo que hago, de lo que como, de todo.
Porque tuve algunos días de sobrecarga laboral en los que dormí menos de las 6 horas recomendadas y como me quedaba despierta en la noche comía colaciones y fruta muy tarde. Debo admitir que al lunes siguiente llegué con miedo a la pesa. Miedo de haber sido muy tonta de haber perdido todo el trabajo en menos de tres días y que los números no fueran los mismos.
Para mi gran sorpresa, bajé. 300 gramos escasos, pero bajé y no subí, lo cual me parecía un regalo del universo, acompañado de la explicación racional de que ahora “salirse de la dieta” es comer una barra de cereal o una manzana fuera de horario. No un pan con queso derretido ni tallarines, porque de eso ya no tengo en mi casa. Es un pequeño gran avance, porque debo admitir que me dieron ganas de tomarme un café con azúcar a las dos de la mañana. ¡No hay azúcar en mi casa! Así que hasta ahí no más llegó mi maldad y seguí con infusiones para no morir del frío.
Hay alimentos y costumbres que logré erradicar totalmente, otras que están en proceso de salida y las más arraigadas (como los helados bañados en chocolate) con las que tendré que lidiar toda mi vida. Aprender a hacer este cambio sin estresarme ni pasarlo mal no fue simple y tuve todo el tiempo a mis compañeros y a los coach del Balance a mi lado.
Van 9,3 kilos menos. Me queda retomar el ejercicio como corresponde, que con la excusa de estar muy ocupada se fue a segundo plano. Pero no importa, porque como soy más porfiada ya me inscribí en clases de danza árabe los martes, como una manera de motivarme. Confieso que pensaba que a estas alturas habría perdido mucho más, pero también pensaba que iba a ser mucho más terrible y sufrido. Me parece que este sistema lento y definitivo es lo que me va a permitir continuar, dándole tiempo a mi cuerpo a que se adapte y no quede piel suelta. Porque no tengo ninguna intención de arrugarme.