Quiero tomarme una champaña en la despedida de soltera de mi amiga. Quiero comer de la torta de cumpleaños de mi hija. Quiero comer esa galleta que viene con el café. Quiero tomarme un helado bañado en chocolate. ¡Soy un fraude!
Soy un fraude porque siento que todo esto de NO hacer algo NO es quien soy yo. Que por mucho cambio de mentalidad que me ha dado el Programa Balance, semana a semana NO dejo de pensar en comer. Es que la vida es una y que en verdad “no importa sólo una vez”.
Pero, al mismo tiempo, me aparecen las imágenes que me llevaron a decir quiero dejar de estar gorda y me dan ganas de llorar. No de pena, si no de frustración, de rabia, de impotencia. Mitad porque escucho en mi cabeza esas creencias que te dicen con voz de madre que a esta edad una debiera tener la vida resuelta y yo “no tengo nada”; mitad porque siento que no he dado 100% como mis compañeras y sigo bajando. ¡Fraude total!
Entonces me acuerdo de todo lo que me gusta. Me gusta no tener todo resuelto. Me gusta enamorarme a primera vista. Me gusta tener esta relación espectacular con mi hija que eligió vivir al otro lado del mundo. Y por sobre todo, me gusta poder moverme. Me gusta poder partir corriendo detrás de mis sobrinos sin perder el aliento. Me gusta andar a caballo. Me gusta caminar horas cuando viajo. Me gusta tener la opción de subir o no a cuanta aventura se me cruza, en vez de intentar “aquellas que me da el cuerpo”.
Creo que la crisis viene de la mutación de la persona que he sido por tantos años a la que estoy construyendo ahora. Soy un fraude no porque haga todo mal, sino que con las sesiones del Balance he ido cambiando. Hay estructuras de base que siguen arraigadas como la dependencia a la comida, que ya no es alfajor a las cinco de la tarde sino que hoy es helado de yogurt bañado en chocolate a las once de la mañana. Estructuras con las que puede tenga que lidiar toda la vida, cual adicta en recuperación, pero con la certeza de que si bien nunca llegue a “no querer golosear” ni a amar el ejercicio, ya no soy la despreocupada de mi cuerpo que era antes.
El vínculo conmigo, con quién soy y con mi cuerpo, es lo que -en teoría- hará que este cambio sea para siempre, ¿no?