En serio, un tipo de la mitad de edad y educación indefinida se sintió con el derecho de insultarme a grito pelado justo en el segundo antes de que mi cabeza se hundiera en el agua. Porque claro, esperó cobardemente al último minuto, tal vez pensando que no me iba a dar cuenta quién había sido. Tal vez porque pensó erróneamente que mi inmersión iba a salpicar una cantidad llamativa de agua. ¡Vaya una a saber qué pasa con la cabeza de una persona que se siente con la autoridad de gritarle un defecto a modo de insulto a otro!
Mi primer error es asumir que esa persona efectivamente hace la evaluación “¿tengo la autoridad para criticar a esa otra persona en ese tema específico?”. Ilusa, ¿no? De ahí en adelante siento que todos los esfuerzos para entender el comportamiento se desvanecen, porque creo que el que insulta no piensa: vomita.
No logro entender la necesidad de hacer sentir mal gratuitamente a alguien. ¿Es maldad o simple imbecilidad? No me cabe en la cabeza que gritarle “gorda”, “fea”, “coja” o cualquier defecto a alguien, sirva de algo. ¿Para qué, entonces?
¿Para qué mirar feo a la persona obesa que se sube a la micro? ¿Para qué esperar nerviosamente antes que se siente en el cine para ver si cabe o no en el asiento? ¿Para qué mirarla con cara de reproche cuando come? ¿Para qué?
Si algo he aprendido en estas primeras semanas del Programa Balance es que el sobrepeso tiene que ver con las emociones. Que uno come de más para evitar o tapar una emoción. Que ciertos eventos de nuestro pasado nos marcan de tal manera, que sin recordarlos del todo nos gatillan comportamientos nocivos. Por eso ayuda tanto la Programación NeuroLingüística en este trabajo, para entendernos y poder dejar de comer en exceso. En ese contexto, los insultos en la calle pocazo ayudan.
Si yo no tuviera más de 40 años, la seguridad en mi misma que me permite ponerme trajes de baño escotados y la paz con los idiotas de la calle que le temen a todo lo diferente, pude haberme deprimido seriamente. Imagínense el tipo que le grita eso mismo a una adolescente que recién forma su amor propio.
Pero claro, la gente prefiere no ver al que insulta pensando que “no es para tanto” o que en verdad “no pasa nada”. Pero pasa. Cada vez que alguien es insultado gratuitamente en cualquier parte, PASA ALGO. Nadie es inmune a un insulto, no sea weón.