Es que yo nunca tenía frío. Menos después de haber vivido en Inglaterra: era junio y yo con polera manga corta. Cero frío. Y ahora resulta que empezando el otoño ya he tenido que levantarme a poner el agua para un guatero, porque con dos frazadas y un plumón no logro que se me calienten los pies. Peor aún, por primera vez en mi vida estoy considerando seriamente comprarme un secador de pelo, porque se me hiela la cabeza en la mañana. Y eso que siempre he salido con el pelo mojado.
No me reconozco: tuve que sacar la ropa de invierno antes y comprarme panties. ¡Panties! Hace como 7 años que no usaba. Ocurre que ahora porto todos los días una chaqueta liviana, porque resulta que todos los días termino necesitándola cuando se pone el sol. Incluso me pongo zapatos por elección, no porque me guste andar de “señorita” por la vida, sino porque son el intermedio perfecto entre las chalas y las zapatillas.
¿Es la edad? ¿El cambio climático? No. La razón es significativamente más simple y menos glamorosa: tengo 2% de grasa menos en mi cuerpo. Así tal cual. Tengo una capa de grasa menos en mi cuerpo que me aísla del frío (sé que no es una capa pero me gusta imaginarlo así, tengo capas como las cebollas).
Todos mis amigos se reían cuando explicaba que nunca tenía frío porque “tenía una capa de grasa como las foquitas”, porque efectivamente la grasa es un aislante natural que mejora la conservación de la temperatura del cuerpo. Resulta que al no tenerla ya no sé qué soy, pero de que necesito serlo abrigada ya no queda duda.
Pensando que era sólo idea mía, pregunté a todo mi grupo de Balance y nuestra maravillosa nutricionista Valentina Arriagada me explicó que “la grasa efectivamente aísla porque no tiene vasos sanguíneos que son los que tienen mayor agua y, por lo tanto, temperatura, por eso uno se pone blanco cuando hace frío. Como la grasa está bajo la piel y sobre el músculo no pierde agua, protege a los músculos de la exposición a la temperatura también Al ser más delgada, te da más frío”. ¿Coherente, no?
Una vez que lo entendí le pregunté a Google qué podía hacer y encontré estas excelentes recomendaciones de MuyFitness para no morir de frío sin mi capita de foquita:
- Usar varias capas de ropa (¿ven que esto de verse a sí misma como cebolla, es funcional?), para poder abrigarse y desabrigarse en la medida justa cuando sea necesario.
- Meter las manos en agua tibia por un par de minutos durante el día, que bien puede ser al lavar los platos para optimizar tiempo y agua.
- Beber líquidos calientes: té, infusiones, café, caldo o incluso agua caliente (agüita perra que le dicen). Saqué de la lista la sopa y el chocolate caliente, no aptas si estás en plan de perder peso.
- Mantente seco, porque cuando estás mojado pierdes calor corporal más rápidamente (lo que reafirma mi teoría de que puede ser necesaria la adquisición de un secador de pelo)
- Usar pañuelos, gorros y sombreros para prevenir la pérdida de calor por la cabeza.
El siguiente paso debiera ser repensar un poco mi ropa, porque no puedo seguir con 10 poleras sin mangas y sólo 4 de manga larga, asunto que debo resolver a la brevedad antes de optar por relocalizarme rápidamente en el norte o convertirme en girasol para vivir permanentemente en el exterior, porque de esta manera el asunto no será sobrellevable cuando en verdad llegue el invierno. ¡Si es recién abril y la mínima que hemos tenido en Santiago es 8°C a una hora que estoy bajo montón de frazadas!
Ya llevo exactamente 8 kilos y 2% grasa corporal menos de cuando empecé en febrero. El invierno me golpea a la puerta. Creo que es hora de vitrinear un poco.
Claudia Farah S. Periodista / Journalist MA in Philosophy, Politics and Economics (PPE). The University of York, UK