- Por Claudia Farah S.
En la última reunión, uno de mis compañeros habló de las cosas que no le ha dicho a su padre, porque “para qué”, si ya está mayor y no va a cambiar su manera de ser, lo que inicialmente me hizo pensar en “qué bueno que ya tengo resuelto el tema con mi madre y mi padre”. Hasta que escuché al coach diciendo que no sirve pensar que los temas están resueltos porque ya no exista un conflicto directo. Que el tragarse las cosas produce un rencor que, aunque sea ínfimo, hace que una quiera taparlo con comida.
De pronto, otra compañera suelta una frase que por muy cliché, retumba en mi cabeza: “El resentimiento es la emoción del esclavo”. Por suerte la explicó, porque de primeras no es tan clara: resulta que cuando uno tiene un resentimiento con alguien, es uno el esclavo de esa emoción. Porque solamente uno la tiene. El otro no se entera porque una no le dice para que se dé por enterado/a.
Entonces, resulta que no porque mi madre esté muerta hace rato no me queden cosas por decirle. Y hago hincapié en “decirle” porque no todo es recriminación ni repartición de culpas. Hay cosas que uno se tragó en su momento porque erróneamente pensó que no sacaba nada con ponerlo en palabras y que se queda ahí, en el pecho, como una mancha negra que se va haciendo parte del corazón y de la sangre.
Y esa negrura es la que hace que uno engorde. Yo soy de las que opina que llorar no es muy útil, porque no revive a los muertos ni soluciona nada, pero con los años me he ablandado porque me pongo a llorar hasta con la publicidad cuando estoy muy estresada. Porque las lágrimas encuentran la salida y, a veces, en los peores momentos. En la ducha, por ejemplo. ¡Como si abrir el grifo fuera símil de apertura emocional! Lo cual es pésimo para el medio ambiente y para mi presupuesto, pero que he aprendido a dejar fluir para no bloquear aún más mis emociones.
Resulta que nos vamos llenando de cosas que no decimos, de emociones que no expresamos, de problemas que no enfrentamos, porque la lógica nos indica que no es la mejor opción. Pues entonces, si bien no voy a ir contra la lógica, sí les voy a decir que hay que encontrar la manera de decirlo, aunque sean 17 años después, porque si no una engorda porque a ratos te ataca esa emoción que “no sabemos de dónde viene” y nos hace comer esos chocolatitos tan ricos para sentirnos mejor.
Y si resulta que la otra persona no tiene ni ganas de escucharlo ni poco le importa lo que tengamos que expresar, lo mejor es escribir. Una carta, por ejemplo, o un cuento tal vez. Si la catarsis es para una, no para el otro (de todas maneras no descarto que se puede evaluar caso a caso si amerita juntarse con un café con alguien y decirle desde la conciliación, y no desde la rabia, lo que nos parece o lo que sentimos cuando esa persona “no se comportó” como nosotros esperábamos).
De más está decir que la mejor manera es decirlo en el momento, pero la inteligencia no abunda ni en los enojos ni en las penas. Así que creo que escribiré otra carta a mi madre, se la leeré en voz alta y luego la quemaré como un ritual. Puede que escriba otras cartas y correos electrónicos, algunos se enviarán, otros se quemarán de la misma manera. Tal vez me tomaré algunos cafés pendientes con personas que siento me hacen falta en la vida.
Quién sabe. Tal vez entre tanta verborrea baje otros kilos de angustia interna y me sienta un poco mejor. Porque hoy siento que la cosa no avanza y quisiera dejar de sentir tanto, pero claro, no puedo volver a no sentir ¡PORQUE NO SENTIR, ENGORDA!
- Por Claudia Farah S. Periodista independiente, MA in Philosophy, Politics and Economics (PPE) de University of York, Inglaterra