Quiero dejar de estar gorda por salud. Por mí, no por el idiota que me grita ballena cuando me atrevo a nadar en piscinas públicas ni porque creo que me van mirar más. Tengo la fortuna de haber sido y ser amada por hombres que entienden quién soy, cuerpo, mente y corazón. Además de todos mis amigos y amigas que me quieren de verdad.
Quiero dejar de estar gorda para poder hacer más cosas de las que hago hoy acarreando 20 kilos de más. Así de simple. Son 20 kilos que no voy a tener que levantar de la cama cada mañana. Tallas menos que van a hacer que mi traste quepa en el resbalín para jugar con mis sobrinos/as. Dejar de estar gorda, vivir más y mejor para disfrutar la vida como yo quiera y no “como me dé el cuero”.
Esta batalla con el peso, no es de ahora. Es histórica. Desde la infancia comiendo palitos de zanahoria en los cumpleaños de las amigas hasta la yesoterapia, dieta y ejercicios antes de casarme. Pero no importa cuánto empeño le ponga en bajar. Regresan los malditos con las más diversas razones y excusas: estrés laboral, nervios por vivir fuera de Chile, rupturas amorosas, desafíos personales, entre otras. Porque lo difícil no es hacer la dieta y bajar algunos kilos, lo complejo es no volver a subirlos nunca más.
El año pasado tuve mi primer acercamiento a la Programación NeuroLinguística, a la posibilidad de que alguien se meta en mi cabeza y me reprograme para tener una relación saludable con la comida. En la voz de mi mediadora Susana identifiqué las creencias que tenía sobre mi cuerpo y mi peso, pero, más importante, supe evaluar si tenían o no una validez real. Obviamente, ninguna tenía y me vi enfrentada a todas las mentiras que me digo. Pésimo.
El universo después me puso en el camino amigas/os veganas y vegetarianos con sus platos sabrosamente saludables, pero también el otro extremo de aquellos sufriendo con la resistencia a la insulina, hipertensión y colesterol alto. Pero no paró ahí. Además me puse a trabajar con médicos y pacientes de obesidad mórbida, insuficiencia cardiaca y accidente cerebrovascular. Y claro, yo ignoré todas esas señales.
Hasta que fui a la plaza con mi sobrina de 2 años, no cupe entre los juegos y las rodillas me dolieron 3 días después de intentarlo. Hasta que no tenía sostenes porque no encontraba ninguno de mi talla. Hasta que quise nadar toda la tarde y no duré más de una hora.
Me miré en el espejo y vi este cuerpo que no me acompaña en lo que quiero hacer. Me limita. Entonces decidí que hacerme cargo de mi cuerpo, para bien y para mal. Entender cómo funciona y qué compulsión me hace comer de la misma manera que me obliga a tirarme al agua y bucear todo lo que me den los pulmones. Para dejar de recurrir a un alfajor a las 5 de la tarde para solucionar todos mis problemas, por ejemplo.
Me inscribí en el Programa Balance del Centro Inspira, porque entendí que una dieta más no es solución, necesito reprogramarme neurolinguísticamente y hacer un cambio definitivo. Debo confesar que ya contaba con el apoyo del psicólogo del programa Elige Vivir Sano de mi consultorio, que también tiene nutricionista, doctor y gimnasio.
Estoy gorda y ya no quiero estarlo. Y no porque crea que voy a ser “más bonita” o que “me van a respetar más profesionalmente”. Creo que las personas somos más que los cuerpos que cambian constantemente. Pero ya tengo 42 años y en cualquier momento mis genes palestinos van a abandonar esta difícil misión de mantenerme sana con todos mis exámenes en niveles normales.
Entremedio de todo esto, me dio ataque de no mantener mi esfuerzo y decidí exponerme al máximo. Como yo funciono bajo presión, exponer mi progreso acá me mantendrá motivada. Esta es la primera semana, tengo 20 kilos de más, ya hice ciertos cambios en mi alimentación y nado lo más que puedo aprovechando el verano y las piscinas de las amigas. Los invito a acompañarme cada semana en este proceso de cambiar de hábitos para tener mejor vida siendo yo misma.
* Claudia Farah Periodista independiente, MA in Philosophy, Politics and Economics (PPE) de University of York, Inglaterra. Instagram: @yodecidomipeso.