María Angélica Valladares, directora carrera Pedagogía en Educación Diferencial, Universidad Central.
A propósito del manifiesto rechazo a la incorporación del denominado lenguaje inclusivo por parte de la RAE y varios países como Francia, México, Argentina y que recién se comienza a discutir en Chile. Resulta importante reflexionar acerca de los sentidos y una mirada amplia de su significado, más allá del cambio en el uso habitual de ciertas denominaciones culturales y hegemónicamente establecidas, teniendo presente que la base de dicho lenguaje, no es más -ni menos-, que un fuerte llamado al reconocimiento y valoración de nuestras legítimas e inherentes diferencias individuales, y también colectivas.
En 2018, la RAE y la Asociación de Academias de la Lengua Española (ASALE), presentaron el “Libro de estilo de la lengua española según la norma panhispánica”. En el primer capítulo, expresa su rechazo al lenguaje inclusivo. Un proyecto que, según explicaron, pretende servir para “una mejor manera de escribir y hablar”. Esta es una especie de guía práctica para resolver las dudas ortográficas, fonéticas o gramaticales que se dan por la evolución del idioma en los últimos años. De esta manera, en el primer capítulo se considera innecesario la inclusión del doble género. Es decir, “todos y todas”, así como el uso del llamado “lenguaje inclusivo” que utiliza “x”, “@” o “e” en lugar del plural, es decir, “todxs”, “tod@s” o “todes”.
Recordemos que el origen de la demanda ciudadana surge desde los estudiantes universitarios en el marco de las denuncias hacia una educación considerada sexista, junto a personas cuya identidad no se asocia a la tradicional figura binaria de género masculino o femenino; lo que nos vuelve a conectar con una perspectiva cada vez más sensible y necesaria de atender, mucho más en los espacios formativos. Es así como se requiere difundir elementos que por una parte se proyecten a la búsqueda de conceptos neutros e inclusivos, siendo conscientes de un lenguaje mayoritariamente masculinizado, al punto de ser motivo de aclaración en textos educativos donde se indica que no se hará distinción debido a que la RAE define como “hombres” a todo el género humano e incluso para evitar interferencias en la lectura.
En nuestro país, son diversos los organismos que están contribuyendo a un adecuado e inclusivo uso del lenguaje, tales como el correcto y respetuoso uso del concepto de personas en situación de discapacidad del Servicio Nacional de la Discapacidad (Senadis), o el aporte que hace el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes (CNCA), a través de la Guía de Lenguaje Inclusivo de Género, como un punto de partida para que el personal de la institución y público en general, cuente con herramientas que faciliten las comunicaciones escritas y verbales, contribuyendo así a la eliminación de estereotipos de género, sesgos sexistas y diversas formas de discriminación que constituyen la base de la desigualdad.
Es evidente la necesidad de abrirnos a una discusión profunda en que el lenguaje contemple el respeto por la persona, la apertura al reconocimiento y valoración de nuestras diferencias individuales, expresadas a través de nuestras culturas, creencias, capacidades y múltiples factores que nos distinguen, lo cual lejos de imponer un determinado lenguaje, amerita una reflexión conjunta, colaborativa y abierta al debate.
María Angélica Valladares, directora carrera Pedagogía en Educación Diferencial, Universidad Central.