Las esposas y madres que advierten que “ya no quedan hombres” en el sentido de la escasez del macho jefe de hogar, responsable y tradicional coinciden también con el psicoanalista argentino especialista en infancia Luciano Lutereau. El Doctor en Filosofía, Doctor en Psicología y autor de los libros “Ya no hay hombres. Ensayos sobre la destitución masculina” y “Por qué los hombres odian a las mujeres”, cree que este fenómeno tiene directa relación con el alza de consultas de padres con hijos más temerosos e inseguros. Al menos en su país.
Lutereau pregunta cómo están las cosas en Chile y de paso aclara que esta constatación no es un capricho, sino un asunto serio. “Esto es una problemática casi adolescente que se asocia a una infantilización de los vínculos. Los varones reeditan con sus parejas sus maneras de relacionarse con sus madres y de ese cuidado en la infancia. Esto genera cada vez más en la desaparición de la figura clásica del hombre como proveedor y lo sitúa además en un lugar amoroso en el que para recibir y ser equitativo, primero calcula qué es lo que debe hacer para recibir de vuelta afecto”, describe el autor para La Nación.
Una generación más adelante, del otro lado, están los “niños tuneados”, como Lutereau denomina a los menores hijos de quienes fueron jóvenes en los años 90 y que hoy exhiben a los pequeños como pequeños trofeos a través de redes sociales siempre sonrientes y satisfechos. “Lo tienen tan profundamente integrado que ni siquiera lo ven: son padres con hijos a los que no pueden frustrar, que nunca escucharon la canción de Serrat que dice “Nada ni nadie puede impedir que sufran”. Esperan que no los interpelen, que jueguen y sean felices, que acepten sus límites, que sean hijos que les den a sus padres la satisfacción narcisista de la paternidad. He aquí un gran mal de nuestro tiempo”, ha dicho sobre esta especie conocida puertas afuera como “niños tiránicos”, comenta.
En materia de crianza, Lutereau explica que los adultos deben saber cómo retar a un niño y preocuparse más de ese aspecto que del ingenio de un buen castigo. “No es lo mismo reprender a un niño de 2 años que a uno de 4 o 5 años. Inicialmente un niño es capaz de sentirse culpable, incluso antes de entender lo que es un castigo. Como los padres culpabilizan a los niños más allá de situar la necesidad de un castigo, la recomendación es nunca reprender a un niño poniéndoles límites abstractos, sino que con algo en función de lo que el niño pueda entender sobre lo que hace y sus consecuencias”, dice el psicoanalista que dictó la conferencista “Lo infantil en nuestra época: síntomas actuales de los niños” en la Universidad Academia de Humanismo Cristiano.
Agrega que esta disonancia, en la extraordinaria percepción de los niños, es la que genera las pataletas y berrinches. Cuando el niño trata de hallar coherencia entre lo que sus padres le exigen en un aspecto mental y el relato material o incluso del ejemplo que ven en los mayores, genera un conflicto que se resuelve de la mejor manera que el niño puede.
-Erróneamente se dice que los niños “no respetan la autoridad” cuando en realidad los adultos usan la figura paterna como un traje heredado por la cultura, como una falsa potestad basada en la culpa. ¿Qué otras viejas ideas persisten en la crianza de hoy?
-Que yo sepa la autoridad no ha desaparecido. Sólo ha cambiado y es muy diferente a como era entendida 20 años atrás cuando se sostenía que el adulto era el sabio, el que transmitía su sabiduría a los hijos y que el niño no alcanzaba el imperio de la palabra del padre o de expresiones como “Yo soy tu padre” donde se declaraba esa autoridad inapelable. Hoy no se atribuye el conocimiento o el saber a los adultos, un niño no puede entender que el papá no sepa las grandes cosas como algo propio de una sociedad hipertecnologizada donde esta técnica es lo que relaciona a las personas con el mundo, donde el niño se conecta a un celular o tablet. Se genera la inversión de saber menoscabada la identidad del adulto y que ya no puede plantear su autoridad a la antigua. De ninguna manera. Hoy las nuevas formas de autoridad se basan en que el papá sea empático, pueda conversar desde un punto de vista en que pueda ponerse en el lugar del niño sin perder el tema de esa conversación.
-¿Qué oportunidades crees que entrega a la crianza el debate de conflictos como el género o la convivencia social y escolar?
-Pienso que el punto más importante es que los niños son capaces de elaborar sentimientos desde muy temprano. La vergüenza, el pudor o la empatía es algo propio de los 4 o 5 años y que hace a los niños seres fuertemente éticos y capaces de atravesar dilemas morales como los planteados. El punto es poder pensar esos dilemas con ellos y ayudarlos a que encuentren sus propias respuestas y lo más importante: no asumir una actitud hipócrita en el sentido de, por ejemplo, transmitir una moral utilitarista en algunos de estos aspectos. Ese fue, precisamente, el gran problema de los padres de nuestro tiempo.