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Por una genuina Economía Social de Mercado

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.Eugenio Yáñez R., director del Instituto de Filosofía, U. San Sebastián.

“¡Los pobres no pueden esperar! Los que nada tienen no pueden aguardar un alivio que les llegue por una especie de rebalse de la prosperidad generalizada de la sociedad (…). ¡Sed solidarios por encima de todo! Cualquiera que sea vuestra función en el tejido de la vida económico-social, ¡construid en la región una economía de la solidaridad!”

A juzgar por los últimos acontecimientos por todos conocidos, este dramático llamado expresado por Juan Pablo II el 3 de abril de 1987 en la CEPAL, fue al parecer una voz que clamó en el desierto, aunque las reacciones de esa época (políticos, economistas, empresarios y trabajadores, entre otros) fueron en su mayoría de apoyo a la propuesta papal. ¿Cuál sería en concreto una economía de la solidaridad? Aunque Juan Pablo II no propone un modelo económico, sus orientaciones apuntan claramente a una economía social de mercado (ESM).

Como del mal se puede extraer un bien, Chile tiene hoy, en teoría, una oportunidad única de saldar esa deuda con el Papa e implementar realmente una economía social de mercado. Digo en teoría porque en la práctica encontramos grandes obstáculos. Vamos por partes.

La ESM fue concebida como una fórmula “irenaica”, o sea, un sistema político, social y económico tendiente a generar no solo igualdad social y crecimiento económico, sino sobretodo paz social, pues su realización implica un gran acuerdo entre empresarios y trabajadores, gobierno y oposición, ciudadanos y Estado.

La Economía Social de Mercado ha logrado combinar el crecimiento económico y la justicia social de manera armónica, superando en los hechos el falso dilema que nos obliga a elegir entre mayor igualdad y menor libertad económica o viceversa, entre mayor libertad económica, sacrificando la igualdad. Si bien ella ha demostrado en la práctica ser un “modelo” no solo practicable, sino, además, exitoso, esto no significa que sea la panacea que solucionará mágicamente todos nuestros problemas sociales, económicos y políticos. No obstante, garantizará a muchos chilenos un nivel de vida digno.

En consecuencia, ella constituye una autentica opción para las personas vulnerables, que en este país abundan, aunque las frías estadísticas digan lo contrario; esas personas que se cansaron de esperar que su situación mejore gracias al “chorreo” de la riqueza. La ESM se ubica en una vía media entre los que quieren más “mercado”, llevando el “modelo” al límite de sus posibilidades, y los que quieren más “Estado”, o sea, potenciar un sistema “estatista”.

Si en la teoría su implementación es relativamente fácil, no lo es en la práctica. Ella tiene poderosos adversarios y muchos los obstáculos a vencer. Requiere de amistad cívica, de gobernantes, políticos, empresarios, sindicatos, trabajadores, economistas, consumidores valientes y honestos, convencidos de la necesidad de implementar una economía al servicio de la persona y no al revés.

Otro poderoso adversario a vencer es el dogmatismo económico. Los fundadores de la ESM creían que los grandes problemas económicos, no se superaban con más teoría económica, sino con más humanidad, pues la economía era para ellos una ciencia “moral” que buscaba “bienestar para todos”, según la conocida expresión de Ludwig Erhard. Así las cosas, las mayores dificultades para su implementación nos las veo en el ámbito político o el económico, sino en el ético-cultural.

Mientras subsistan ciertas “mentalidades” (patronales, paternalistas, asistencialistas o economicistas), o campee la falta de solidaridad, o simplemente la corrupción, no tendremos una genuina ESM. Su realización exige desarrollar un “ethos solidario” que involucra a toda la población y que requiere de tiempo para su consolidación, pues como bien sabemos, los vicios son difíciles de eliminar y las virtudes, más aún, difíciles de adquirir. Si logramos esto, lo demás es añadidura.

.Eugenio Yáñez R., director del Instituto de Filosofía, U. San Sebastián.



 

 

 

 

Las opiniones vertidas en esta columna son de exclusiva responsabilidad de quienes las emiten y no representan necesariamente el pensamiento del diario La Nación.
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