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Maqui: el camino de una planta silvestre a un cultivo agrícola

Hace 13 años, el Centro de Plantas Nativas de Chile de la Facultad de Ciencias Agrarias de la Universidad de Talca inició las investigaciones sobre este fruto, considerado sagrado para la cultura mapuche. Gracias a ello, se han logrado seleccionar tres variedades con características especiales que permiten su cultivo.
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Es una planta sagrada para el pueblo mapuche, es propia del sur de nuestro país y de territorios cercanos a Argentina y aunque ha sido usada en diversos productos que van desde cápsulas concentradas hasta bebidas y cervezas; el maqui sigue siendo un cultivo silvestre.

Hermine Vogel, decana de la Facultad de Ciencias Agrarias de la Universidad de Talca (UTalca) y académica titular del Centro de Plantas Nativas de Chile (Cenativ) de la misma institución, ha estudiado este arbusto desde 2007 con el objetivo de domesticar la planta y lograr producciones de calidad. Una meta importante para la industria si se tiene en cuenta que a este fruto se le han otorgado propiedades medicinales no solo por el pueblo originario sino por estudios científicos que aún son incipientes.

En el ciclo de webinars sobre puesta en valor de plantas y frutos nativos en la industria alimentaria, organizado por la Vicerrectoría de Investigación y Transferencia Tecnológica de la UTalca, la académica hizo un repaso por todos los estudios y proyectos que ha realizado junto a su equipo y que involucran al maqui, una planta que ya despertaba interés en el siglo XVII y XVIII.

Debido a la diversa generación de productos basados en el maqui, es común hoy ver árboles cortados pese a que tenían una buena producción. Por ello, la domesticación se hace relevante. “Para un proceso industrial se necesita una materia prima que tiene que tener una calidad estándar conocida. También se requiere cantidad, no solamente por dos o cinco años, sino a largo plazo, es decir, una producción sustentable”, explicó Vogel.

“En cuanto a la calidad, estamos hablando de los principios activos, sobre todo si se trata de una planta medicinal o con efectos antioxidantes. Además, es necesario que la materia prima sea más o menos homogénea, no como actualmente en la reproducción silvestre que es la mezcla de la cosecha de muchos árboles”, añadió.

En las investigaciones que la académica Hermine Vogel ha realizado, se han seguido las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y de World Wide Fund for Nature (WWF) para la adaptación de una especie silvestre a condiciones de cultivo.

“Primero hay que recoger el material de propagación del material genético más apropiado y mejorar genéticamente la población; luego encontrar la mejor forma de propagación, las condiciones óptimas de suelo, clima, sombra, régimen de riego; encontrar medios para proteger las plantas contra plagas y enfermedades; hallar los medios para eliminar las malas hierbas y elegir la época de recolección apropiada y también examinar las posibilidades de mecanización y, finalmente, elegir el mejor sistema de almacenar la cosecha”, manifestó.

Respecto del primer punto, a través de los estudios del Cenativ, se han realizado pruebas screening a 10 poblaciones silvestres con más de 50 maquis, ubicadas entre las regiones de O´Higgins y Los Lagos. “Nos sorprendió que, dentro de toda la variabilidad, solo el cinco por ciento se debe a la procedencia y el 95 por ciento de la variabilidad se encuentra dentro de cada población”, indicó Vogel.

VARIEDADES

En 2007, junto a la Fundación Chile iniciaron el muestreo de frutos de 30 individuos en cada una de las poblaciones seleccionadas, a los cuales les cuantificaron los polifenoles y las antocianinas. Los primeros, en palabras simples, son sustancias químicas naturales que han demostrado tener una actividad antioxidante y los segundos corresponden a un grupo de pigmentos presentes en algunas células vegetales.

Vogel explicó que “nos quedamos con los diez mejores de cada macal, es decir, de cada población silvestre, y los propagamos por estacas. En ese estado, quedaron 68 plantas que, de ese momento en adelante, pasaron a ser clones porque son genéticamente iguales”.

Dos años después, realizaron el primer ensayo clonal para luego, en 2012, iniciar un proyecto financiado a través del Fondo de Fomento al Desarrollo Científico y Tecnológico (Fondef) que fue clave para la selección de los clones.

“Establecimos 45 clones en distintos ambientes para saber su rendimiento, calidad y distribución de las bayas con la ayuda y la participación de empresas privadas como AgroQueñi, Agrícola Ana María, Surfrut, Hortifrut, Domingo Echegaray y Fundación Chile”, señaló.

Fue así como lograron identificar tres variedades, las cuales nombraron Luna Nueva, Morena y Perla Negra. “La primera es una planta muy productiva, de mucho fruto y muy temprano, a partir del segundo o tercer año, lo que la hace muy precoz y, por tanto, puede helarse fácilmente la producción. Es por ello que en el sur no la recomendamos para nada, solo en la zona central o en zonas donde no haya heladas”, comentó.

Vogel añadió que Morena presenta mucho fruto y muchas hojas y “tiene la ventaja de que se adapta bien a varios ambientes. Y Perla Negra es una planta fantástica, pero solamente en el sur, pues en la zona centro no funciona por su requerimiento de agua y aunque tenga riego, sufre mucho con el calor”.

La investigadora advirtió que “no es conveniente establecer cultivos de sólo tres variedades y se necesitan de muchas más” para tener una variabilidad genética amplia que se pueda adaptar a condiciones ambientales cambiantes, por lo cual es importante continuar con el desarrollo de plantas aptas para el cultivo.

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