Hoy trabajar en branding significa estar preocupado por la experiencia, por pensar el diseño como un continuo diálogo con todo lo que rodea la creación de un producto o marca. No se consume algo tangible, se consume una forma y estilo de vida. Los productos hablan, se mueven, visten y viven. Comunican una forma familiar, emotiva y cercana con quien lo adquiere o visita.
Lejos estamos de la construcción de marcas basadas en logos, hoy la experiencia que estos cargan parece estar impregnado en todo. Sin ir más lejos, uno de los casos más emblemáticos -y manoseados en textos de este tipo- es Apple, quienes no solo se conformaron con cambiar la forma en que nos enfrentamos a los computadores, sino que decidieron dar una nueva forma de relacionarnos con la tecnología: el Mac, Ipod, Iphone, Ipad y tiendas a lo largo y ancho del mundo, son parte de la forma en que pensaron este imperio. La idea no solo era adquirir una nueva forma de vivir la tecnología, sino que Steve Jobs creó una forma de habitar el futuro. Quien adquiere un producto Apple no solo adquiere tecnología, sino una forma de relacionarnos con el tiempo, la moda, el diseño y, por qué no también, un modo en que queremos que nos vean.
El concepto de branding está cada vez más inserto en todo lo que nos rodea. Un gobierno, por ejemplo, debiese fijar su lenguaje corporativo, no solo en las directrices estéticas, sino también en la forma de relacionarse. Hoy más que nunca, vivimos en el mundo de las imágenes, todo lo que se construye parte desde el diseño, pensemos, por ejemplo, en el primer gobierno de Piñera: chaquetas rojas, el mismo reloj para todo su círculo cercano y una forma de hacer política que diferenciara la administración anterior o, si lo llevamos más lejos aún, ver caminar al Presidente por el techo de La Moneda, es parte de un sello que se busca transmitir. Estemos o no de acuerdo, todo esto forma parte de la asesoría de expertos (o muy inexpertos por los resultados obtenidos) que traducen las ideas de sus clientes o, incluso, muchas veces, sugieren e imponen modos.
La contratación de Shepard Fairey, activista, diseñador, artista urbano y creador de Obey, durante la campaña de Obama es otro ejemplo. Su incorporación buscaba crear un símbolo, lo suficientemente potente, para que extrapolara los valores que promovía Obama. El resultado: una de las piezas gráficas más imitadas y viralizadas, comparables a la imagen de Che Guevara. Fairey sabía que el solo nombre no diría nada y que un adhesivo podría cambiarlo todo. En cuatro meses resolvió utilizar colores patrióticos, y con la palabra “Hope” al centro, consiguiendo que esta pieza gráfica terminara en el consciente de todos nosotros.
Siempre que pienso en el modo en que deben funcionar las cosas, pienso en algunos ejemplos clásicos como el centro de operaciones de Pixar, que fue pensando no solo para tener una arquitectura que comulgara con la visión futurista, sino también para que brindara la posibilidad de generar espacios creativos y de encuentro. O las oficinas de Google, que fueron (y son) referencia e inspiración para todo el mundo del “Coworking”.
Desde WeWork a Spaces, empresas que hoy marcan tendencia en el mundo inmobiliario, han colaborado en la transformación de los espacios de trabajo y de cómo son habitados. Hoy los buenos edificios corporativos y oficinas se construyen desde la identidad de marca, desde un concepto (o varios), donde sus colaboradores viven ese entorno laboral desde una experiencia emocional/marcaria.
Todo esto deja en evidencia la importancia del diseño, del branding y de las industrias creativas. Tal como lo plantea el libro “La Economía Naranja, una oportunidad infinita”, escrito por Felipe Buitrago Restrepo e Iván Duque Márquez, y editado por el Banco Interamericano de Desarrollo, donde se puede ver como las industrias creativas alcanzan grandes niveles de exportación, ventas de servicios e inversión.
Hoy las empresas están entendiendo que el diseño es un factor de cambio, pero falta mucho, somos jóvenes en esto, somos desconfiados y no le damos el valor real. Hoy es más fácil y económico estar en una oficina descuidada y sin identidad visual, creyendo que si estamos “vendiendo” con eso basta. Por suerte existen empresas que han validado el diseño como parte fundamental de su estrategia de crecimiento, son esos casos (raros) los que han optado por tener un “director de orquesta visual” entre sus colaboradores, uno que lidere esa coherencia entre las áreas internas y externas y que dé una hoja de ruta basada en tendencias y formas actualizadas de comunicación, sin perder la identidad.
Hoy el mundo es visual: hablamos en imágenes, pensamos en imágenes, comemos imágenes, y es por esta razón, que el branding toma el rol de ser el elemento diferenciador, y como es un sistema, este debe ser coherente y con una riqueza visual que complemente la experiencia del entorno marcario. Si no hay diseño ni preocupación por este, mejor no hacer nada.
. Werner Fett, especialista en Branding. Fundador de W Branding & Associates.