Exclusiva discoteca de Beirut se convirtió en refugio tras los bombardeos israelíes.
“Código de vestimenta: elegante casual”. Así lo anuncia un enorme cartel frente a la discoteca Skinn de Beirut. Sin embargo, en el interior, la clientela glamorosa de otros tiempos fue reemplazada por familias de barrios populares desplazadas por los bombardeos israelíes.
Decenas de familias hallaron refugio en este antiguo templo de la vida nocturna de la capital libanesa, “el lugar donde dejarse ver” en Beirut, según lo describía una guía local.
“Decidimos abrir nuestras puertas el día de la gran explosión en la periferia sur” que acabó con la vida del líder del movimiento islamista Hezbollah, Hasán Nasralá, explica Gaelle Irani, responsable de la empresa que gestiona el lugar.
Unas 400 personas se encuentran refugiadas dentro de la discoteca, sin contar aquellas familias que se han instalado en el exterior, detalla Irani.
La ropa lavada de estos nuevos ocupantes cuelga de las barandillas del inmenso edificio negro, conocido también por su terraza en la azotea y sus espectaculares vistas al mar Mediterráneo.
En la discoteca de estilo futurista, con paredes y suelos oscuros, niños juegan a la pelota o andan en monopatín sobre lo que antes era la pista de baile.
Los desplazados se han distribuido por familias en los espacios privados donde antes se acomodaban los clientes, en las barras donde aún hay copas de vino alineadas o en la cabina de los DJ.
Las familias improvisaron y crearon diversos espacios para dormir.
Los hombres duermen en colchones, los vecinos conversan alrededor de una mesa, y una niña pequeña hojea un libro de princesas.
“Aquí estamos bien”, murmura Rida Alaq, una mujer de 49 años que, antes de refugiarse en Skinn, durmió en la calle durante una semana con su madre de 79 años.
Su hermana, que vive en Dubái, le avisó de esta iniciativa tras enterarse a través de las redes sociales.
Las ONG proveen ayuda alimentaria, y los desplazados pueden utilizar los aseos y las duchas del local, un lujo considerable dada su situación.
“Aquí nos sentimos seguros”, afirma Batul Kanan, cuyo esposo trabajaba como guardia en el estacionamiento de la discoteca. “Nos quedaremos aquí hasta el final de la guerra”.
Fatima Sala asegura que no regresará al sur de Beirut. “Queremos emigrar. No importa dónde. Tenemos miedo por nuestros hijos y la guerra será larga”, comenta esta enfermera de 35 años, madre de cuatro hijos, con el rostro cubierto por un velo azul.
“La vida continúa”. Sin embargo, a dos kilómetros del club, la situación miserable de los desplazados es evidente a plena luz del día.
En pleno centro de Beirut, se han instalado con colchones en el suelo y han colocado lonas de plástico, mientras los coches pasan alrededor de la plaza de los Mártires.
Otros se han refugiado en la explanada de la gran mezquita Al Amin. Musa Ali llegó con sus dos hijas y otros seis miembros de su familia hace más de una semana.
Este recolector de basura, que vivía en la periferia sur de Beirut, bastión de Hezbollah atacado por el ejército israelí, vio cómo el jefe del movimiento proiraní fue asesinado el 27 de septiembre en un violento bombardeo.