Aunque no existen estudios poblacionales en Chile, se estima que más del 50% de los adultos son intolerantes a la lactosa y su diagnóstico se basa en síntomas que pueden incluir náuseas, flatulencia, hinchazón, dolor abdominal y diarrea.
La prevalencia de la intolerancia a la lactosa depende del grupo étnico al que se pertenezca. Estudios internacionales dicen que en Latinoamérica, así como en numerosos países de Asia y África, entre un 50% y 100% de la población es incapaz de digerir la lactosa. Pero en lugares como el noroeste de Europa, esta cifra puede ser de sólo un 3 a 5%.
Dominique Diaz, nutricionista y académica de la Universidad San Sebastián explica que la intolerancia a la lactosa es la incapacidad de digerir por completo la lactosa de los distintos productos. “La lactosa es un tipo de azúcar -disacárido de glucosa más galactosa- que se encuentra en la leche y sus derivados- y que para digerirla el cuerpo necesita una enzima llamada lactasa. La intolerancia se presenta cuando el intestino delgado no produce suficiente cantidad de esta enzima”. Sin embargo, la especialista detalla que este problema no sólo depende de la expresión de lactasa, “sino también de la dosis de lactosa, la flora intestinal, la motilidad gastrointestinal, el sobrecrecimiento bacteriano del intestino delgado y la sensibilidad del tracto gastrointestinal a la generación de gases y otros productos de fermentación de la digestión con lactosa”, dice Díaz.
Además hay que tener en cuenta que la lactosa no sólo está presente en la leche, también se encuentra productos industriales, como los conservantes, lo que provoca que otros alimentos como las carnes procesadas, embutidos o comidas preparadas contengan lactosa.
Los síntomas de la intolerancia a la lactosa incluyen dolor abdominal, distensión abdominal, flatulencia, vómitos y diarrea, con una considerable variabilidad entre individuos según la gravedad.
Dominique Díaz dice que es frecuente que aparezca sintomatología típica en edades avanzadas, “ya que la cantidad de lactasa en la mucosa intestinal va disminuyendo con la edad”. Es importante recalcar que la intolerancia a la lactosa no es lo mismo que la alergia a la proteína de la leche de vaca (APLV), a pesar de que ambas tienen su origen en la leche. La APLV es una reacción del sistema inmunitario a la proteína de la leche, mientras que la intolerancia a la lactosa, como ya explicamos, se produce por no poder absorber correctamente la lactosa.
Con todo, cabe recordar la importancia de asegurar la fuente de calcio, ya que la leche y sus derivados son la fuente más común para la mayoría de las personas, “por ello es preciso incluir alimentos alternativos que cubran las necesidades diarias de este mineral, como el brócoli, la col, coliflor, espinacas, nabos, almendras, soja y algunos pescados como la sardina, entre otros”, precisa Dominique Díaz.
La prevalencia de la intolerancia a la lactosa depende del grupo étnico al que se pertenezca. Estudios internacionales dicen que en Latinoamérica, así como en numerosos países de Asia y África, entre un 50% y 100% de la población es incapaz de digerir la lactosa. Pero en lugares como el noroeste de Europa, esta cifra puede ser de sólo un 3 a 5%.
Dominique Diaz, nutricionista y académica de la Universidad San Sebastián explica que la intolerancia a la lactosa es la incapacidad de digerir por completo la lactosa de los distintos productos. “La lactosa es un tipo de azúcar -disacárido de glucosa más galactosa- que se encuentra en la leche y sus derivados- y que para digerirla el cuerpo necesita una enzima llamada lactasa. La intolerancia se presenta cuando el intestino delgado no produce suficiente cantidad de esta enzima”. Sin embargo, la especialista detalla que este problema no sólo depende de la expresión de lactasa, “sino también de la dosis de lactosa, la flora intestinal, la motilidad gastrointestinal, el sobrecrecimiento bacteriano del intestino delgado y la sensibilidad del tracto gastrointestinal a la generación de gases y otros productos de fermentación de la digestión con lactosa”, dice Díaz.
Además hay que tener en cuenta que la lactosa no sólo está presente en la leche, también se encuentra productos industriales, como los conservantes, lo que provoca que otros alimentos como las carnes procesadas, embutidos o comidas preparadas contengan lactosa.
Los síntomas de la intolerancia a la lactosa incluyen dolor abdominal, distensión abdominal, flatulencia, vómitos y diarrea, con una considerable variabilidad entre individuos según la gravedad.
Dominique Díaz dice que es frecuente que aparezca sintomatología típica en edades avanzadas, “ya que la cantidad de lactasa en la mucosa intestinal va disminuyendo con la edad”. Es importante recalcar que la intolerancia a la lactosa no es lo mismo que la alergia a la proteína de la leche de vaca (APLV), a pesar de que ambas tienen su origen en la leche. La APLV es una reacción del sistema inmunitario a la proteína de la leche, mientras que la intolerancia a la lactosa, como ya explicamos, se produce por no poder absorber correctamente la lactosa.
Tratamientos y asegurar el consumo de calcio
La académica de la carrera de Nutrición y Dietética de la Universidad San Sebastián comenta que el tratamiento para la condición de intolerancia a la lactosa se basa en evitar los productos lácteos y para eso “se recomienda consumir productos libres de lactosa u otros métodos que consisten en tomar suplementos de lactasa como reemplazo enzimático”. “En algunos casos más leves, se suele tolerar ciertos derivados lácteos, como el queso y yogurt, estos últimos, sufren un proceso de fermentación en el que se incluyen diferentes cepas bacterianas que se encargan de descomponer a la lactosa, reduciendo entre un 20-30% su contenido, por lo que son más fáciles de digerir que la leche. En estos casos, estudios demuestran que hasta 12 g/día de lactosa suelen ser bien tolerados por la mayoría, y se aconseja tomarlos a intervalos”, aconseja la nutricionista.Con todo, cabe recordar la importancia de asegurar la fuente de calcio, ya que la leche y sus derivados son la fuente más común para la mayoría de las personas, “por ello es preciso incluir alimentos alternativos que cubran las necesidades diarias de este mineral, como el brócoli, la col, coliflor, espinacas, nabos, almendras, soja y algunos pescados como la sardina, entre otros”, precisa Dominique Díaz.