Octubre es llamado el mes del terror. La fiesta de Halloween provoca que varios se pongan en sintonía con esta fecha y comiencen a revisar sus filmes favoritos de este género. Y también comienzan los distintos estrenos de producciones y libros dedicados a esta forma de arte. En esa línea, Jesús Diamantino, investigador de literatura de terror, narrador y profesor de escritura, estrena dos obras dedicada a esta estética, que autores como Stephen King y Clive Barker han popularizado.
Actualmente, la literatura de terror goza de un prestigio que va más allá de lo pop. Autoras y autores hispanoamericanos como Mariana Enríquez, Diego Muñoz Valenzuela, Samanta Schweblin y Patricia Esteban Erlés han ponderado en lo alto esta literatura, gracias a una densidad narrativa compleja, pero no distante.
En ese marco, Diamantino conversó con La Nación sobre este estilo de literatura, su riqueza y tradición en terreno nacional, los miedos locales, el trabajo de la escena chilena, y de sus obras como autor.
¿Cómo se define lo que es terror?
-Para mí el terror es un discurso. No creo que el terror sea un tipo de película o un tipo de literatura. A mi parecer lo que hace el arte con el terror, es tomar este discurso y canalizarlo a través de diferentes formas y representaciones, en las cuales expone carencias, frustraciones y contradicciones sociales, y por supuesto traumas; el trauma es uno de los temas más importantes dentro del terror. Pero finalmente el terror es algo que se materializa de forma artística dentro de la literatura, por eso yo creo que este mismo se define como “las amenazas con las que nosotros convivimos y a las que nosotros le tememos”.
Y como discurso, ¿podría haber una diferencia de cómo se percibe según cada país?
-Creo que quienes consumen terror, o sea quienes ven películas de terror, leen terror, y en general los creadores de mi generación, comulgamos harto con los terrores de otros países. Creo que el sistema neoliberal y la globalización nos ha permitido heredar esos miedos. Por ejemplo, el miedo a la pobreza es algo que es muy fuerte en Chile y eso tiene que ver con toda una dimensión económica que nosotros hemos heredado y que compartimos con la cultura norteamericana.
“Miedo a recordar…”
Y añade: “En Chile, particularmente, yo creo que el miedo principal es el miedo a recordar. He observado que uno de los principales miedos en Chile es el miedo a enfrentarse con su propia historia, especialmente con su historia reciente. Yo creo que a partir de eso, esto ha generado que mucho de quienes somos autores tomemos lo que queda de esas sombras: la sombra de la dictadura, la sombra de la diferencias sociales, la sombra de todos aquellos monstruos que estuvieron ocultos y que de alguna u otra forma están apareciendo”.
En esa línea, ¿cómo ves la producción de terror nacional?
-La producción de terror cinematográfico es relativamente reciente. En el cine creo que comienzan en el 2000 con directores como Jorge Olguín, Lucio Rojas, entre otros. Ellos propiciaron el cine de terror, pero siempre de manera bastante tenue. Pero independiente de mi opinión acerca de estas producciones, el gran valor que tienen es que hay un impulso. De hecho, instancias como el Santiago Horror Film Festival o los festivales de cines de terror que hay en regiones, como el de Valdivia, muestra que ya hay un camino.
Y afirma: “Eso sí, creo que a la industria cinematográfica en Chile le falta mucho todavía, precisamente para enfrentarse con estos miedos que son propios, como los miedos de la historia. Creo que es necesario atreverse, porque si revisamos el cine de terror español, el argentino o el uruguayo, ellos se enfrentan a sus propios demonios. Aquí hace falta ese espejo: el reflejo de la monstruosidad de nuestra propia sociedad.
¿Y en cuánto a la producción de literatura de terror nacional?
-En literatura yo veo un amplio desarrollo. Desde Baldomero Lillo, pasando por María Luisa Bombal y Marta Brunet hay un desarrollo, y hasta el día de hoy ha existido un interés por el terror, en cuanto a que se toman elementos folclóricos o monstruosos de la tradición chilena y estos escritores lo utilizan en sus narrativas. Sin ir más lejos, pensemos en José Donoso con “El obsceno pájaro de la noche”, pensemos también en Roberto Bolaño, que ha tomado precisamente elementos terroríficos. En el fondo siempre ha existido literatura de terror en Chile, pero existe una especie de negación que siempre ha estado, y esta negación se da principalmente por parte de la crítica literaria.
En Argentina o Perú no se observa que haya ocurrido eso. ¿Por qué se dio esa diferencia en Chile?
-En mi opinión, en Chile uno de los factores más fuertes que ha obstaculizado el desarrollo o la visibilidad de lo fantástico, del terror o de la literatura que es no realista, es la imposición de un sistema muy conservador de la crítica. Acá todo se exterioriza como una representación de los cambios sociales, de los usos y costumbres de nuestro país. Se ha renegado todos los imaginarios fantásticos a los sectores rurales y de hecho hasta el día de hoy si nosotros pensamos en el gran cúmulo de mitos y leyendas chilotes, si bien es una tradición muy rica, es una tradición que nosotros la entendemos más desde el ámbito del turismo pero no como parte nuestra. En cambio en Perú o en Argentina, y especialmente en Perú, toda la tradición folclórica fueron temas y tópicos que se integraron dentro de la literatura oficial desde un inicio, por eso hasta el día de hoy tenemos a tantos escritores que han tomado esta tradición: Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Mariana Enríquez. Acá en Chile no pasó eso, y sumado a la dictadura de Pinochet, que además de ser un periodo ya terrorífico, significó un obstáculo para el desarrollo y la visibilidad de las artes.
Terrores de autor
Como escritor de terror, ¿de qué trata tu narrativa?
-Mi narrativa trata de los miedos subjetivos, colectivos, pero esencialmente de aquellos miedos que están presentes en la vida cotidiana. Yo busco que mi literatura empatice con los miedos de la gente común y corriente.
¿Y qué tópicos abordas?
-En “Horrores: Cuentos extraños y perturbadores” (Editorial Cuarto Propio) la mayoría de los cuentos que están ahí, si bien se tocan temas como los fantasmas, el vampirismo, lo monstruoso, y que si bien son tópicos que uno podría decir que son un tanto cliché, son todos vistos desde la realidad. Es decir, yo escribo historias de vampiros sin vampiros, historias de monstruos con monstruos humanos, o historias de fantasmas donde los fantasmas funcionan más bien como traumas que persiguen a los personajes. En el fondo son horrores de la vida cotidiana.
-Por otro lado, en mi novela “Los que susurran bajo la Tierra” (Zig-Zag) es una historia sobre monstruos. No quiero dar muchos detalles ya que tiene una vuelta de tuerca súper fuerte en medio de la novela, pero los monstruos que están ahí son monstruos que representan todos estos horrores de la historia, de la memoria, especialmente de la dictadura militar. Lo que quise explorar en esta última novela es esta delgada línea sobre la monstruosidad: ¿Quiénes son los monstruos?, ¿son los monstruos tradicionales, sobrenaturales o los seres humanos?, ¿cuál es el límite de la crueldad?, ¿cuál es el límite de la violencia?