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Entre problemas de audio The Strokes dio vuelta el bochorno de Lollapalooza 2017

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– “¿Pueden oírme? Hagamos como que eso no pasó”.

Esas fueron las palabras con las que este domingo Julian Casablancas, el vocalista y líder de The Strokes, comenzó a dar vuelta lo que pudo ser uno de los mayores bochornos de todas las ediciones de Lollapalooza Chile y que sin duda dejó un sabor extraño en el cierre de la correcta séptima edición del festival en suelo nacional.

Primero fue el retraso de casi 20 minutos de los neoyorkinos, lo que siempre llama la atención al exigente público acostumbrado a la puntualidad de las presentaciones en una agenda cronometrada al segundo.

Una vez que el quinteto subió al VTR Stage para cerrar con broche de oro el festival que en esta pasada congregó -entre los dos días- a más de 160 mil personas según datos oficiales, lo imposible ocurrió: el micrófono no se escuchaba y los instrumentos no sonaban como debían.



La partida en falso con “Modern Age” y “Soma”, en la que el micrófono de Casablancas no le respondía, la prodigiosa guitarra de Albert Hammond Jr. se escuchaba saturada al igual que el bajo de Nikolai Fraiture, hizo que los presentes pifiaran e hicieran gestos de que algo andaba mal.

“No se escucha”, repetía el público de manera ingeniosa en medio de las dos canciones en las que el cantante no pudo emitir ni una nota y que silenciaron al Parque O’Higgins.

Pero como el público estaba de su parte y no estaba para comerse vivo a nadie, a penas Julian Casablancas entendió la situación y ofreció hacer borrón y cuenta nueva, los asistentes comenzaron a cantar “olé, olé , olé, olé, The Strokes, The Strokes”, como dándoles ánimo y asegurándoles que estaban ahí para y por ellos.

Y todo comenzó otra vez aunque nunca fue del todo limpio y siempre con una cuota de incomodidad por parte de la banda y de sus propios seguidores. Tras repetir los dos temas, esta vez con el micrófono arreglado de manera parcial, ya que de forma intermitente la voz sonaba muy aguda o hasta desafinada, el show continuó con “Drag Queen”, la coreadísima “Someday” y “12:51”.



Ya a la altura de la sexta y séptima canción, los hits “Reptillia” y “Is this it”, los silencios entre tema y tema evidenciaban la tensión en el ambiente: por miedo a que algo fallara otra vez o que el plato fuerte de la segunda y última jornada musical de Lollapalooza quedara a la mitad.

Pero nada de eso. Pese a los fallos técnicos, The Strokes sacó adelante la tarea con el aplomo de profesionales curtidos en un garaje, donde los amplificadores y parlantes rotos son pan de cada día, haciendo gala de ese rock gastado e imperfecto, lleno de distorsiones y nostalgia; demostrando por qué son una de las pocas bandas nacidas a principios de siglo que ya tiene el apellido de culto, pese a tener menos de 20 años de carrera.

Ya con la rotunda “Last Nite”, después de las menos conocidas “Automatic Stop”, “Trying Your Luck” y “Barely Legal”, las cartas estaban sobre la mesa y no había nada que hacer: las miles de personas que decidieron aguantar el frío y el cansancio para ser parte del show de los formados en 1998 les iban a perdonar todo.

A esa altura del partido solo quedó deleitarse con el irrefutable talento áspero que corre por las venas de Julian Casablancas y las cuerdas de la guitarra de Albert Hammond Jr, dos de los nombres dorados de su generación que transformaron los errores y la desprolijidad en puro rock and roll al mejor estilo de la vieja escuela.
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