Enrique Morales Mery, investigador Proyecto Democracia. Universidad Miguel de Cervantes.
El tema de las oposiciones políticas requiere de una profunda y responsable reflexión. Tal como lo ha destacado el autor Jonathan Snyder, el abanico de alternativas que utilizan las oposiciones genera transformaciones políticas, sociales y culturales que desafían lo establecido. Las protestas, las manifestaciones contraculturales y los estallidos sociales muestran insatisfacción, resistencia y necesidad de expresar alternativas que se encuentran invisibilizadas o en repliegue. Frente a esto, las oposiciones pueden parecer -y de hecho pueden llegar a serlo- disruptivas y amenazantes.
La concepción tradicional de toda oposición, siguiendo a Robert Dahl, es ser un contrapunto en continuidad con la institucionalidad. El rol de una buena oposición al interior de toda democracia liberal es ofrecer alternativas de comprensión y acción política, respetando el estado de derecho y la realidad plural. En la diada oposición – gobierno, resulta vital mantener el apego a las reglas del juego que rigen al todo societal y democrático. Se requieren lealtades mínimas, ya relevadas alguna vez por Juan Linz, para asegurar la convivencia democrática y la civilidad concomitante. Justamente el carácter democrático de una sociedad, en contraste con lo autoritario, es producto de un sistema que ofrece canales de cuestionamiento, fiscalización y alternancia en el ejercicio del gobierno. La oposición habita el escenario común de la libertad, la pluralidad y la competencia. El sistema democrático no se explica desde compartimentos estancos o discontinuidades que erosionen la convivencia y la estabilidad.
Lo interesante de la visión propuesta por Snyder es que la idea y acción de toda oposición rebasa desde sus bases sociológicas la tradicional dialéctica con el gobierno y, por extensión, con lo institucional. Lo que se grafica en su análisis es una concepción más amplia, una que da cuenta de las transformaciones culturales y de las resistencias de los extremos políticos, junto con el vacío que habita en los sectores moderados. Las lecturas para nuestra realidad próxima son claras. Las oposiciones identitarias, disruptivas y obstruccionistas ya se han mostrado frente a nosotros de manera bastante evidente y sin complejos.
En la práctica, las oposiciones son espejo de las dinámicas societales que representan a muchas personas, organizaciones e instituciones. Las oposiciones completan muchas veces la deseable visión panorámica que fortalece la formación, reflexión y decisión ciudadana. Sus centros de estudio pueden ser el motor de laboratorios políticos coadyuvantes en la implementación de políticas públicas innovadoras. De igual forma, pueden establecer plataformas digitales para socializar o llevar seguimiento de los diversos proyectos de ley e incentivar a su vez comisiones especializadas que investiguen y profundicen materias proyectadas a mediano o largo plazo. Con lo anterior, se evitan vacíos programáticos o doctrinales que una agenda electoral cortoplacista no siempre afronta.
Los mecanismos de control corresponsable, la transparencia en las dinámicas de acuerdos y las voluntades políticas supeditadas a la cooperación y viabilidad del sistema marcan la diferencia.
Una democracia liberal, a la luz del hecho de la pluralidad y alteridad, trabaja en la integración de toda señal de transformación sociocultural. Al hacerlo, mitiga y se distingue de los arrebatos violentistas, populistas autoritarios o polarizadores. La anti política de los extremos y de los antisociales no son parte del sentido estricto del deber ser de las buenas oposiciones. Estas últimas son adversariales, respetuosas de la alternancia y no empujan a quiebres institucionales. La historia muestra que los cambios rupturistas comprometen los valores democráticos y el bien común de toda amistad cívica, generando un destino sin identidad políticamente común, carente de pertenencia, compromiso y cohesión.
Enrique Morales Mery, investigador Proyecto Democracia. Universidad Miguel de Cervantes.