A las 12:41 GMT de ese día (9:41 en Chile), los dos detectores de ondas gravitacionales Ligo, situados en Estados Unidos, captan una fuerte señal, muy diferente a las registradas hasta ahora. Se perfila algo grande.
“Esa mañana, se realizaron todos nuestros sueños”, recuerda Alain Weinstein, del Instituto de Tecnología de California.
“En seguida contactamos con Virgo (otro detector situado en Italia) para preguntar si también lo habían visto”, explicó a la AFP David Shoemaker, portavoz de la colaboración LIGO.
Pero Virgo, pese a su tecnología punta, ha sufrido un problema de transferencia de datos. 40 minutos después, lo arregla y confirma haber captado estas ondas cortas.
“Estaba en la consulta del dentista cuando recibí el mensaje de texto”, recuerda Benoit Mours, director de investigación del Centro Nacional de Investigación Científica francés, y responsable científico de la colaboración con Virgo para Francia. “En seguida me fui al laboratorio”, “todo el mundo se precipitó sobre nuestro chat en línea”.
Patrick Sutton, responsable del equipo de física gravitacional de la universidad de Cardiff, en el Reino Unido, estaba en el autobús “tratando de leer en su teléfono centenares y centenares de correos que acababan de llegar”.
Gracias a los programas de análisis automático, los investigadores supieron casi inmediatamente que se trataba de dos estrellas de neutrones a punto de fusionarse.
Y sólo cinco horas después de la detección de las ondas, pudieron incluso afirmar dónde se hallaban los dos astros en el universo, y apuntar hacia allí las decenas de telescopios terrestres y espaciales implicados.
En total, cerca de 90 grupos de astrónomos fueron invitados a seguir este fenómeno.
Hacia las 22:00 GMT (19:00), los investigadores estallan de júbilo: el telescopio estadounidense Swope, en Chile, acaba de descubrir un punto luminoso.
“Cuando empezó el crepúsculo, los telescopios pudieron identificar la galaxia anfitriona y asistir a un largo espectáculo de fuegos artificiales”, dijo Shoemaker.
“Nunca vi algo así”, recuerda Sephen Smartt, del New Technology Telescope, en el observatorio de La Silla, también en Chile.
“Las 12 horas que siguieron (a la detección) fueron sin duda las más apasionantes de mi vida científica”, aseguró Bangalore Sathyaprakash, de la escuela de Física y Astronomía de la universidad de Cardiff.
Y durante los meses siguientes, centenares de expertos se afanaron por preparar la decena de estudios publicados este lunes en las revistas Nature y Science.
“No es que quisiéramos guardar el secreto, sino que queríamos estar seguros de que todos los resultados fueran correctos”, explicó Sutton.
Pese a todo, en el seno de la comunidad científica, hubo algunas filtraciones. Sutton admite habérselo dicho a su hijo de 12 años, después de que éste le prometiera que no diría nada a sus amigos.