Termina el año y los casos de colusión, fraudes y estafas no dejaron de estar tristemente presentes en la primera línea noticiosa. Acto ilegal caracterizado por el engaño y la violación de confianza, el fraude se ha transformado en un ilícito que ha escalado a niveles insospechados, ya sea por el arrasador avance informático y tecnológico o por su adaptación a toda clase de sistemas de control. Por lo mismo, tiene componentes altamente mediáticos, ya sea por la prominencia de los involucrados, o por el impacto de sus efectos, como ocurrió en Carabineros.
Pero hay ciertos mitos internos que aún se alojan en las empresas, como creer en la rápida detección del fraude, en la posibilidad de hacer un rápido control de daños e, incluso, en confiar en una contraloría potente.
Fueron los mismos mitos los que mantuvieron despreocupadas a las distintas empresas que entraron en colusión en nuestro país y, por otro lado, que fueron alimentando a estafadores y defraudadores que aparecieron como la mala hierba.
Con todo, ¿existe un perfil del defraudador? Hay por lo menos cuatro. El primero, corresponde al engañador “empleado modelo”, ese que llega temprano, se queda más allá de la hora de salida, trabaja fines de semana y feriados sin que su puesto y carga de trabajo lo requiera, pero, lleva un estilo de vida que no se corresponde con sus ingresos, no delega funciones, se maneja en forma autónoma y se involucra en actividades de otros departamentos.
Un segundo perfil obedece al típico ser que anda “con el agua al cuello”, es decir, toma deudas por encima de su capacidad de pago, pide dinero prestado en pequeñas sumas a compañeros de oficina, usa vales de caja con frecuencia o pide adelantos de sueldo y cubre diferencias con ajustes de cuenta contable.
En tercer lugar, está el que “vive dando explicaciones”. Se caracteriza por criticar a sus compañeros de trabajo con el fin de alejar sospechas; explica, por lo general, que su alto nivel de vida responde a los ingresos de su esposa y/o herencias recibidas; trata de desviar el tema de consulta o da explicaciones excesivas y sin sentido en cualquier tema de investigación y muestra nerviosismo permanente.
Por último, encontramos al “egoísta con la información”. Es aquel que se molesta cuando se la piden, no delega funciones ni maneja resguardo de archivos o registros, no acepta cambios de sector o ascensos, evita tomarse vacaciones y puede llegar a trabajar enfermo para que no lo descubran.
El fraude se ha transformado en un problema de orden mundial y en una sociedad en donde prácticamente todo está manejado por sistemas, hoy más que nunca es preciso recordar que, finalmente, son las personas basadas en su comportamiento ético, arraigado en los valores traídos en su formación desde el hogar, enseñados en la etapa escolar y profundizados en la educación profesional, los principales y primeros controles del avance de este flagelo tan dañino para las organizaciones.
*Por Guillermo Fuentes Académico Facultad de Economía, Universidad Central