La perspectiva de no poder pagar una hipoteca, una deuda personal o los gastos de la familia resulta dolorosa. Es algo sabido. Más todavía si no se trata de una iliquidez puntual, sino de una realidad donde reina la incertidumbre a mediano o largo plazo. Pero ¿puede ser este “dolor” literalmente físico? Para sorpresa de muchos, en especial los que no han tenido problemas económicos graves, la respuesta que encontró un grupo de investigadores de la U. de Virgina en los EE.UU. es afirmativa.
“En general, nuestros resultados revelan que duele físicamente estar en un situación económicamente insegura“, dice la investigadora y autora principal del trabajo, Eileen Chou.
La investigación dirigida por Chou y sus colegas Bidhan Parmar (Universidad de Virginia) y Adam Galinsky (Universidad de Columbia), surgió de una observación de dos tendencias concurrentes: el aumento de la inseguridad económica y el aumento de las quejas de dolor físico.
Los investigadores plantearon la hipótesis de que estas tendencias en realidad podrían estar vinculadas. ¿Cómo? La hipótesis fue que la sensación de inseguridad económica llevaría a la gente a sentir una falta de control en su vida, lo cual, a su vez, activaría procesos psicológicos asociados con la ansiedad, el miedo y el estrés. Procesos psicológicos que, se ha demostrado, comparten mecanismos neuronales similares a los del dolor.
Encontraron una primera evidencia en datos extraídos de diversos paneles de consumo, lo que sumaron 33.720 personas. Según éstos, los hogares en los que los dos adultos proveedores se encontraban sin trabajo, en paro, gastaron un 20% más en analgésicos de venta libre en 2008 en comparación con los hogares en los que al menos un adulto estaba trabajando.
Luego, por medio de un estudio online con 187 participantes, encontraron una correlación positiva entre quienes se encontraban desempleados y no poseían un apoyo económico a nivel estatal y quienes reportaban más dolor físico, utilizando una escala de cuatro niveles para medir este último.
En un tercer estudio, ya en laboratorio, apareció evidencia que sugeriría que la inseguridad económica podría estar también relacionada con la tolerancia al dolor. En él, a un grupo de estudiantes reclutados se los que se indujo a pensar en un mercado laboral incierto. Entonces mostraron una disminución en la tolerancia al dolor, medido por cuánto tiempo podrían mantener cómodamente la mano en un cubo de agua helada. En cambio, un segundo grupo de estudiantes, al cual se indujo a pensar que serían recibidos por un mercado de trabajo estable no mostró cambios en la tolerancia al dolor.
Mediante estos tres estudios (y otros tres más no detallados aquí), los investigadores indicaron que resulta evidente que la interpretación subjetiva de la propia seguridad económica tiene consecuencias cruciales sobre y más allá del estatus económico objetivo con cada persona cuenta.
A su juicio, esta relación entre un fenómeno social (capacidad financiera real), un proceso psicológico (seguridad o ansiedad) y una experiencia física (dolor y resistencia al dolor), estos estudios proveen intuiciones importantes para otros investigadores y legisladores.
“Al mostrar que el dolor físico tiene raíces en la inseguridad económica y el sentimiento de falta de control, estos descubrimientos ofrecen esperanza para poder detener el descenso en espiral que inicia la inseguridad económica y producir, en cambio, un nuevo y positivo ciclo de bienestar y experiencia diaria libre de dolor físico”, indicaron los autores. Para quienes, sin duda, “los resultados de seis estudios establecen que la inseguridad económica produce dolor físico, reduce la tolerancia al dolor, y predice el consumo analgésicos de venta libre”.
Importa señalar que esta evidencia se correlaciona con una paralela establecida desde hace al menos tres décadas, por las investigaciones de campo del sociólogo estadounidense Richard Sennett, quien ha mostrado que la sensación, aunque fuese imaginaria, de control del entorno y/o carrera laboral se vincula de manera directa con mejores resultados, tanto en productividad como en, lealtad hacia las empresas y bienestar, tanto laboral como familiar. Ello, independientemente de si se trata de trabajadores en el nivel más bajo de la industria de servicios, obreros calificados de la industria automotriz, ingenieros de software en grandes compañías u operadores financieros en la banca de inversión en Wall Street.
AUTOR: Samuel Romo
FUENTE: AméricaEconomía