En estos días miles de estudiantes comienzan sus vacaciones de invierno. En el caso de familias con hijos más pequeños, lo anterior puede suponer incluso una complicación, puesto que la jornada escolar colabora en la coordinación de los tiempos de los adultos en relación a sus responsabilidades parentales. En otros casos, si bien se cuenta con la colaboración de otros adultos a quienes encomendar el cuidado de los niños, de todos modos, surge la preocupación por el uso del tiempo de vacaciones por parte de éstos últimos.
Muchos padres se afligen buscando proveer novedosos panoramas a sus hijos en dicho período, mientras ellos continúan con su ritmo habitual de trabajo. Es importante señalar en este punto, que en ningún caso un tiempo de descanso, como lo son las vacaciones, debiese acarrear un alto monto de estrés ni para los padres ni para los hijos. Es decir, “volverse locos” buscando actividades entretenidas para los niños (a los cuales por lo demás, también se los puede estresar con una agenda muy abultada de panoramas), no es opción. La principal tarea de las vacaciones es el descanso, pensando en las exigencias a las que se ven sometidos nuestros hijos durante el resto del año.
En su reciente libro “El Arte y la Ciencia de no hacer nada”, Andrew Smart (2016), nos presenta una serie de evidencias acerca de las bondades del ocio, por ejemplo, favoreciendo los procesos creativos. El autor realiza un recorrido por diversos ámbitos, destacando la relevancia de espacios de pausa y de aparente inactividad, para el desarrollo a nivel individual y colectivo. Sus argumentos recogen hallazgos de las neurociencias que avalan su postura, en el sentido de desestigmatizar el “no hacer nada” reconociendo su importancia. Desde este punto de vista, un buen panorama podría resultar descansar en familia; desprogramar las alarmas de los despertadores durante el fin de semana, compartiendo padres e hijos del desayuno, ya sin las presiones de los horarios laborales ni escolares; ver televisión juntos sin experimentar el apremio del tiempo que parece caracterizar a nuestras rutinas. Si resulta bien (al comienzo las resistencias son variadas y muy notorias), almorzar, tomar té, e incluso cenar juntos, sin celulares, sin tablets, sin videojuegos, sin estímulos ambientales distractores.
Para disfrutar de las vacaciones no es necesario nada muy sofisticado, simplemente basta retomar alguna actividad pendiente desde las últimas vacaciones, o bien, romper con las rutinas más arraigadas. Si permanecer durante mucho tiempo en casa se vuelve inquietante o tedioso, un buen panorama puede ser redescubrir la ciudad. En prácticamente todas las ciudades hay lugares interesantes de conocer o revisitar, tales como museos, bibliotecas, galerías de arte, monumentos, cines, parques de diversión, y cuando el tiempo atmosférico acompaña, plazas, parques, calles, edificaciones. En ciudades más grandes existen museos temáticos especialmente diseñados para niños. Un buen libro, siempre es buen compañero en un período de vacaciones.
Pero el panorama escogido no es lo más importante, lo esencial es permitirse compartir una experiencia que puede ser atesorada como recuerdo por todos.