Los avances tecnológicos están dando alas al transhumanismo, un movimiento promovido inclusive por gigantes como Google que busca desarrollar un “hiperhumano” inmortal, pese a las fuertes objeciones de muchos científicos.
El transhumanismo surgió “cuando nos dimos cuenta de que podíamos tomar decisiones para intervenir en nuestra evolución biológica gracias a la técnica”, explica Marc Roux, presidente de la Asociación Francesa Transhumanista (AFT).
Un reciente ejemplo, el anuncio controvertido de un investigador chino sobre el supuesto nacimiento de los primeros bebés genéticamente modificados, capaces de resistir al virus del sida.
Casi 40 años después de su emergencia entre un grupo de futurólogos de California, el transhumanismo pisa más fuerte que nunca: por ejemplo, Google, tras haber contratado a uno de sus íconos mundiales, el ingeniero Ray Kurzweil, creó la filial Calico para tratar de controlar el envejecimiento, mientras que el multimillonario Elon Musk apuesta por la investigación sobre los implantes cerebrales.
“Algunos transhumanistas firman sus correos electrónicos con eslóganes como + la muerte es ahora facultativa + o + la primera persona que vivirá 500 años ya nació +”, explica Blay Whitby, especialista en informática e inteligencia artificial en la universidad de Sussex, en Inglaterra. “¡Son claramente más optimistas que yo!”.
“Sigue habiendo verdaderas barreras para nuestra comprensión del hombre”, según Nathanaël Jarrassé, del Instituto de Sistemas Inteligentes y de Robótica de París. “Se dice que es cuestión de tiempo y de dinero y se niega que quizás nunca logremos entender ciertas cosas”, es decir, “se niega la imposibilidad científica”.
Marc Roux lamenta no obstante que a menudo se reduzca los transhumanistas a sus partidarios más radicales.
Admite que el reciente caso de los “bebés OGM” presenta fallas de “protocolo científico”, pero defiende la visión de los transhumanistas que no consideran que modificar las generaciones futuras sea “abominable”.
“¿Por qué tiene que ser algo malo? Ya no hay debate sobre estos temas. Se condena, pero en el fondo hemos olvidado por qué”, afirma este historiador de formación.
El movimiento reclama el derecho de experimentar, en pacientes voluntarios, técnicas ya realizables como los implantes retinianos que permiten percibir los rayos infrarrojos, prótesis para rotaciones ilimitadas e implantes que actúan sobre el nervio auditivo con el fin de captar los ultrasonidos.
“Las teorías transhumanistas se basan en un concepto muy materialista del cuerpo, de la conciencia…”, lamenta por su parte Edouard Kleinpeter, ingeniero de investigación del Centro Nacional de Investigaciones Científicas de Francia. “Para estas, no hay ninguna diferencia fundamental entre un cerebro y un microprocesador”.
Pero el “ser humano no es únicamente una idea o un ‘espíritu’, sino un ser de carne y hueso, hecho de células vivas, con vasos sanguíneos que nos alimentan”, protesta el neurobiólogo Jean Mariani.
“Las decisiones políticas, estratégicas o económicas no pueden ser tomadas en función (…) de los intereses económicos de empresas que prometen un futuro de ciencia ficción y de ‘starts up’ que promocionan productos increíbles“, agrega Jarrassé, advirtiendo de que este sector podría “indirectamente desviar la investigación de las necesidades reales”.
“El transhumanismo es más el reflejo del hombre hoy en día que del hombre del futuro“, según Kleinpeter: “Una mezcla de omnipotencia que se apoya en los avances técnicos y de rechazo a la fragilidad y el azar que supone el hecho de ser seres biológicos que viven en sociedad”.
Pero si hay algo que genera unanimidad es la necesidad de reflexionar sobre cómo debe ser el futuro y qué lugar hay que dejar ocupar a las tecnologías.
“En el mundo cada vez hay más desigualdad. Esta tecnología es el privilegio de un pequeño grupo de personas muy ricas. Temo que la utilicen para ganar aún más dinero. ¿Es ese el futuro que queremos?“, se pregunta Blay Whitby.
El transhumanismo surgió “cuando nos dimos cuenta de que podíamos tomar decisiones para intervenir en nuestra evolución biológica gracias a la técnica”, explica Marc Roux, presidente de la Asociación Francesa Transhumanista (AFT).
Un reciente ejemplo, el anuncio controvertido de un investigador chino sobre el supuesto nacimiento de los primeros bebés genéticamente modificados, capaces de resistir al virus del sida.
Casi 40 años después de su emergencia entre un grupo de futurólogos de California, el transhumanismo pisa más fuerte que nunca: por ejemplo, Google, tras haber contratado a uno de sus íconos mundiales, el ingeniero Ray Kurzweil, creó la filial Calico para tratar de controlar el envejecimiento, mientras que el multimillonario Elon Musk apuesta por la investigación sobre los implantes cerebrales.
“Algunos transhumanistas firman sus correos electrónicos con eslóganes como + la muerte es ahora facultativa + o + la primera persona que vivirá 500 años ya nació +”, explica Blay Whitby, especialista en informática e inteligencia artificial en la universidad de Sussex, en Inglaterra. “¡Son claramente más optimistas que yo!”.
Derecho a la experimentación
Y es que, por citar algunos escollos, la medicina sigue siendo impotente ante las enfermedades neurodegenerativas, los ensayos clínicos sobre el Alzhéimer fracasan uno tras otro y este año la esperanza de vida volvió a retroceder en Estados Unidos. Según algunos estudios, además, la longevidad, tras haber aumentado hasta los años 1990, podría haber alcanzado su techo.“Sigue habiendo verdaderas barreras para nuestra comprensión del hombre”, según Nathanaël Jarrassé, del Instituto de Sistemas Inteligentes y de Robótica de París. “Se dice que es cuestión de tiempo y de dinero y se niega que quizás nunca logremos entender ciertas cosas”, es decir, “se niega la imposibilidad científica”.
Marc Roux lamenta no obstante que a menudo se reduzca los transhumanistas a sus partidarios más radicales.
Admite que el reciente caso de los “bebés OGM” presenta fallas de “protocolo científico”, pero defiende la visión de los transhumanistas que no consideran que modificar las generaciones futuras sea “abominable”.
“¿Por qué tiene que ser algo malo? Ya no hay debate sobre estos temas. Se condena, pero en el fondo hemos olvidado por qué”, afirma este historiador de formación.
El movimiento reclama el derecho de experimentar, en pacientes voluntarios, técnicas ya realizables como los implantes retinianos que permiten percibir los rayos infrarrojos, prótesis para rotaciones ilimitadas e implantes que actúan sobre el nervio auditivo con el fin de captar los ultrasonidos.
“Las teorías transhumanistas se basan en un concepto muy materialista del cuerpo, de la conciencia…”, lamenta por su parte Edouard Kleinpeter, ingeniero de investigación del Centro Nacional de Investigaciones Científicas de Francia. “Para estas, no hay ninguna diferencia fundamental entre un cerebro y un microprocesador”.
Pero el “ser humano no es únicamente una idea o un ‘espíritu’, sino un ser de carne y hueso, hecho de células vivas, con vasos sanguíneos que nos alimentan”, protesta el neurobiólogo Jean Mariani.
Política mercantil de los GAFA
Para Jarrassé, otro problema es que quienes insisten en la idea de que las tecnologías salvarán la humanidad son muy a menudo también quienes las venden, como los GAFA (Google Apple Facebook Amazon). El cuerpo humano representa para ellos un nuevo mercado.“Las decisiones políticas, estratégicas o económicas no pueden ser tomadas en función (…) de los intereses económicos de empresas que prometen un futuro de ciencia ficción y de ‘starts up’ que promocionan productos increíbles“, agrega Jarrassé, advirtiendo de que este sector podría “indirectamente desviar la investigación de las necesidades reales”.
“El transhumanismo es más el reflejo del hombre hoy en día que del hombre del futuro“, según Kleinpeter: “Una mezcla de omnipotencia que se apoya en los avances técnicos y de rechazo a la fragilidad y el azar que supone el hecho de ser seres biológicos que viven en sociedad”.
Pero si hay algo que genera unanimidad es la necesidad de reflexionar sobre cómo debe ser el futuro y qué lugar hay que dejar ocupar a las tecnologías.
“En el mundo cada vez hay más desigualdad. Esta tecnología es el privilegio de un pequeño grupo de personas muy ricas. Temo que la utilicen para ganar aún más dinero. ¿Es ese el futuro que queremos?“, se pregunta Blay Whitby.