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ANDA A LEER

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*Por Víctor Hugo Ortega C.

Los chilenos tenemos fama de no leer. Y de leer mal. Los profesores de lenguaje de enseñanza básica y media lo saben, los profesores universitarios también. Lo sabe también el Estado, que ha implementado un Plan Nacional de Lectura 2015-2020, cuyo propósito principal es «hacer de Chile un país de lectores y lectoras desde la primera infancia», según palabras de la presidenta Michelle Bachelet en la página 11 de la Política Nacional de la Lectura y el Libro.

Todas las intenciones que tiene este plan son buenas. Muy buenas. No hay duda de aquello. Garantizar la lectura como un derecho, ampliar las redes de bibliotecas y fortalecerlas en todos los rincones del país, propiciar la transversalidad de la lectura y la escritura en el currículum escolar, etc. El gran problema, de acuerdo a la Encuesta de Comportamiento Lector 2014, realizada por el Consejo de la Cultura y la Dirección de Estudios Sociales del Instituto de Sociología de la Universidad Católica, es que a los chilenos en su tiempo libre no les interesa leer. Voy a citar el último dato del diagnóstico antes de pasar a lo siguiente. La población chilena en su tiempo libre prefiere: 1- Ver la TV (63%), 2- Escuchar radio o música (46%), 3- Internet/Redes sociales (26%), 4- Practicar deportes (22%), 5- Tareas domésticas (20%), 6- Pasear (18%). Recién en el lugar número 7 los encuestados mencionaron «leer libros» con un 16%.

Este valioso estudio, que se puede encontrar fácilmente en Internet, es de 2014, por lo que hay que sospechar de inmediato que con el vértigo que toman las redes sociales mes a mes, en 2017 estas deberían estas más cerca del primer lugar, y así probablemente irá en aumento en los próximos años. Acá viene una primera apreciación basada en la experiencia como profesor universitario y en varias charlas realizadas en colegios con niños de distintas edades durante el año pasado. El problema no es solo que no se lee, sino quizás más importante todavía, se lee mal. Lo expongo así de tajante porque, tal como lo deben haber comprobado muchos profesores en el último tiempo, nuestro oficio requiere que el problema comience a enfrentarse con urgencia. «La mala lectura» es un asunto del que se no se conversa mucho ni del que hay antecedentes en los planes de fomento al lector. Es un problema colateral, pero quizás más perjudicial que la propia falta de lectura.

¿Por qué se lee mal en Chile? La respuesta no es un gran misterio en estos tiempos. La experiencia dice que cuando se lee, se interrumpe la lectura por el hecho de «estar conectado». Este lector del que hablamos no puede pasar 20 páginas de corrido sin revisar Whatsapp o sin abrir su Facebook o Instagram, de hecho también lo hace seguido durante las clases. Hay demasiadas tentaciones para este lector, al que ya ha costado demasiado convencer de que la lectura es una cosa valiosa. Los libros quedan de lado, así como quedan de lado rápidamente las páginas web que «se leen». No hay estudios específicos sobre esto, pero es algo que estoy preguntando a mis estudiantes y colegas de forma constante, y me atrevo a decir que la mala lectura es pan de cada día.

Ahora, ante la duda, y en relación al acto de leer específicamente en la web, voy a citar un artículo de 2013 del diario La Tercera, que a su vez referencia a la compañía Chartbeat, que se dedica a observar la conducta de los lectores on line en tiempo real. Copio y pego: «por cada 161 personas que entran en un sitio de Internet, casi 60 (38%) se larga sin leer una línea del primer párrafo. En el segundo párrafo quedarán unos 100 y, de ellos, cinco no llegarán al tercero. Y muchos de los que lo hagan dejarán de leer para irse a tuitear un artículo que aún no saben cómo termina. En el cuarto párrafo, alguno de los que resistan se irá a la sección Comentarios a señalar que le extraña que el autor no haya comentado un asunto que se trata en el párrafo siguiente, pero él no ha tenido paciencia para llegar allá”.

Si leemos con detención la última parte de la cita, nos daremos cuenta que lo que se describe es exactamente lo que pasa en los principales medios electrónicos de Chile, donde las secciones de comentarios se han convertido en algo así como el infierno. Los usuarios se queman vivos unos a otros y se sacan en cara que no leyeron bien el texto, otros dicen que el autor del texto se equivocó, sin nombrar por supuesto las barbaridades que comentan algunos con perfiles que tienen fotografías de dibujos animados. Pero bueno, eso es harina de otro costal, aunque consecuencia de lo mismo: la mala lectura. Y también la falta de empatía, que en estos casos va de la mano.

Como se puede apreciar, los estudios han cumplido su cometido. El diagnóstico está claro. Los gráficos así lo demuestran. El plan en el que se trabaja está bien ideado y argumentado, salvo en una cosa, a estas alturas ya un lugar común: la transición de la teoría a la práctica. Los planes de fomento al lector carecen de una producción que vaya más allá de lo logístico y de cumplir con los números del día. Carecen de la figura de un «productor literario», que no es lo mismo que un mediador, porque el productor va más allá; es un todoterreno de la ejecución de este tipo de planes. ¿Por qué lo digo? Porque muchas veces, la instancia del fomento a la lectura no es pulcra ni bien producida por errores pequeños que corresponden a la voluntad de los participantes, y ojo, no tiene que ver con mala intención, sino con una mala planificación, una precaria intuición y el desborde de funciones para alguien que tiene que cumplir una labor mecánica, que por tiempo y otros factores, no le permite pensar la acción y el problema.

Un ejemplo preciso de esto: las quejas de estudiantes, profesores y escritores, dicen que al producirse el encuentro en pos del fomento a la lectura, las partes no se conocen, no saben qué hacen los unos, no saben qué hacen los otros y hay que resolver todo a la rápida y en poco tiempo. Por supuesto que lo recién descrito es invisible, porque no altera la meta numérica conseguida por cada jornada, pero si afecta al resultado final. Una cosa es el saludo a la bandera, otra muy distinta es la valoración de una actividad de este tipo. Digo esto, después de largas sesiones junto al historiador Sebastián Quezada, con quien estamos trabajando hace un año en un proyecto de fomento a la lectura, que tiene como objetivo centrarse en la «calidad de la lectura» y por ende en toda la producción que se haga para este propósito.

Una de las conclusiones a las que hemos llegado, es que las precariedades de este problema nacional se han intentado resolver irónicamente con números y no con literatura. Al final del día importa mucho más el “qué” que el “cómo”. Y la consecuencia de esto es que los niños y adolescentes siguen viendo a la lectura como algo menor y aburrido. Y los adultos siguen con el lema de que no pueden leer nada que esté ajeno a sus áreas de estudio o de trabajo.

Además de todo esto, existe algo todavía más curioso, que es cuando por fin el lector motivado y atrevido, ese que sabe de la importancia de leer pero ha sido flojo al respecto, se decide a comprar la Historia de Chile de Baradit, la novela de Isabel Allende o el último libro de Rivera Letelier —sintiendo que está aportando a su formación lectora—, se encuentra con que la élite sabelotodo, dice que esa no es buena lectura. Y ojo que hablamos precisamente de ese lector que al Estado le interesa que se acerque a la lectura, ese que no lee, pero cuando lo hace, se le subestima.

Conclusión: no basta con buenas intenciones. Hay que hacer el trabajo complejo de producción de un plan, que no se está haciendo bien; requiere voluntad, conocimiento, humildad y reflexión. Y es que todos sabemos que leer es importante para el ser humano. En el plan antes mencionado se cita a Gabriela Mistral: «Hacer leer, como se come, todos los días, hasta que la lectura sea, como el mirar, un ejercicio natural, pero gozoso siempre. El hábito no se adquiere si él no promete y cumple placer.»

Podríamos citar al futbolista Esteban Paredes, que en una entrevista a la revista Qué pasa dijo: «Ahora último me he metido mucho más en la lectura. Me sirve para aprender, para desestresarme en las concentraciones, en los viajes largos. Y también me ha ayudado en la vida diaria, con herramientas para dar charlas o expresarme mejor.»

O bien, por qué no hacerle caso a uno de los memes del año, «Anda a Laar», que algún usuario ingenioso reformuló como «Anda a Leer».

Todos los esfuerzos deben hacerse para que esa orden se cumpla de la mejor manera.  

*Víctor Hugo Ortega C. es periodista, escritor y profesor universitario. Autor de los libros «Elogio del Maracanazo» (2013) «Relatos Huachos» (2015) y del poemario “Latinos del Sur” (2017), entre otros.  
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