En estos días, la autoconvocatoria de Andrés Palma para celebrar el momento en que se puso fin al régimen de facto, quizás se haría por el chat de Whatsapp. Por su parte, la indolencia de las fuerzas políticas que participaron directamente en el plebiscito de 1988, en cuanto reconocerlo como un acto inclusivo y transversal, se contrapondría al “váyanse a la ctm!”, que espetó hace algunos días Fernando Paulsen, respecto de aquellos que se arrogarían derechos sobre un momento que tiene sentido en un proceso sociopolítico mayor en tiempo y espacio.
Dichos que se instalarían en el imaginario de una centroizquierda, sobre todo en aquellos que tuvieron directa o indirecta participación en la previa y durante el 5 de octubre de aquel año, junto a una condición de estupefacción, ante la in-memoria del sector, sea en términos generacionales, o bien, actuales y pasados vivenciales, políticos o ciudadanos/populares.
Tal condición, sería posible no sólo gracias a las variaciones del ciclo político, el cual se condeciría con la emergencia de nuevos actores sociopolíticos en todo el espectro político del sistema homónimo nacional (y también con nuevas reglas institucionales), los que, además, generacionalmente estarían lejanos de tan importante hecho e hito de la sociedad nacional y popular de fines de la década de los 80’.
Funcionarios, por lo tanto, desafectos e indolentes de lo que involucró la fecha como culminación de un proceso recordado por su atrocidad.
También marcaría para muchas y muchos el inicio de la negación del slogan tan publicitado y asumido por aquel año como fue “Chile, la alegría ya viene”, toda vez que, sin perjuicio de haber disminuido varios indicadores socioeconómicos (menos pobreza en general) y aumentado los sociopolíticos (más democracia representativa/menos social, más prestaciones sociales), fue también la partera de una serie de desigualdades e injusticias acumuladas desde esos tiempos (educación de mala calidad y fragmentaria, salud de muerte, detrimento ambiental, pensiones de hambre, deudas, concentración de la riqueza y bajos ingresos, otras), permitiendo a varias y varios instalar el siguiente slogan: a contrapelo del anterior “Chile, la alegría que nunca llegó”.
El 5 de octubre también marcó la consolidación de un sistema consumista en extremo (por transición y miedo a la involución política), que permitió, por defecto, un individualismo patológico sistémico (por ejemplo, la individualización de la política, entre otras dimensiones de la vida cotidiana), que horadó la oportunidad de integrar sistemas simbólicos institucionales de solidaridad y proyectos colectivos transformadores como base que alimentó una esquizofrenia social y política que permitiría, no solo la in-memoria de los sectores sociopolíticos, sino que la valoración positiva de la misma por aquellos y aquellos que sí estaban con la dictadura cívico – militar. Cuestión que daría cuenta de una expresión, entre otras de una esquizofrenia sociopolítica, pero funcional a los intereses de un sector político que buscó seguir con el régimen de facto (por tanto, un éxito político ideológico). Contribución a ello, también es el recientemente destituido ministro de cultura Mauricio Rojas y el actual canciller, Roberto Ampuero, los cuales se constituyen en plataforma ideológica y política funcional a esta conducta esquizoide.
Baste recordar, cómo sistemáticamente el máximo líder de la derecha sin complejos como se le denomina por estos días, recuerda una y otra vez su aparente votación por el “No”, colocándolo en un pedestal de la democracia. ¡Es verdad! es bien esquizofrénico eso, pero muy funcional a lo que se busca instalar… democracia transversal, cuestión que en términos de principio siempre se debe buscar, pero necesariamente desde el reconocimiento genuino de la verdad histórica.
José Orellana, geógrafo, académico Escuela de Ciencia Política y RR. II. Universidad Academia de Humanismo Cristiano.